
Después de un largo tiempo, Jeff Nichols (Atormentado, 2011; El matrimonio loving, 2016) vuelve a la pantalla grande con un relato que buscó hacer desde dos décadas atrás. Una historia inspirada en gente real pero cuya historia no lo es.
Se trata de El club de los vándalos (The bikeriders), que toma como base el libro fotográfico de Danny Lyon publicado originalmente en 1968 donde retrató y siguió al Club de Motociclistas Chicago Outlaws, que aquí se convierten en los vándalos del título, acompañándolos en su auge y caída en desgracia, creando un interesante reflejo de estos grupos.
El mundo y la vida de los motociclistas no es algo nuevo en cine y ciertamente ha entregado diferentes enfoques como El salvaje (Benedek, 1953) donde Marlon Brando en da vida a Johnny Stabler, líder de los Black Rebels, en medio de un drama sobre los prejuicios y los malos hábitos dentro de ese grupo, así como el clásico de culto Easy Rider: Busco mi camino (Hopper, 1969) que seguía los pasos de Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper) en una road movie que mostraba la intolerancia y odio a través de Estados Unidos.
Nichols nos lleva de vuelta a ese glorioso apogeo de una década donde las crisis sociales eran globales. En medio de una oleada de pensamiento hippie sobre el amor y la paz, de pelea por los derechos civiles de los afroamericanos y los turbulentos momentos de una Guerra de Vietnam que marcó a toda una generación, el realizador y guionista toma a Kathy (Jodie Comer) como la narradora de lo sucedido con el Club de los Vándalos, una asociación liderada por Johnny (Tom Hardy) y su mano derecha, el “rebelde sin causa”, Benny (Austin Butler).
Es a través de ella y los momentos que el grupo vivió durante prácticamente una década que somos testigos de cómo un grupo pierde su camino ante los cambios y el irremediable paso de los años, provocando que los principios del grupo cambien y encuentren su final decadente.
Alejándose de una romantización de los clubes y tomando como base varias de las imágenes capturadas por el lente de Lyon en los 60, Nichols crea lo que tal vez sea su narrativa más convencional a la fecha a través de bocetos de los miembros de este club.
La mayoría de ellos aparecen y desaparecen, dejan testigo de su experiencia o les sucede algo y queda ahí, como una marca anecdótica sin profundizar en ellos, dejando la oportunidad de poder explorar a los integrantes de los Vándalos en sacrifico de un trío “amoroso” entre Kathy, Benny y Johnny, disputa que culmina en cierta tragedia nostálgica que comparte el destino de esta misma asociación de motociclistas.
Dentro de este trío destaca la labor de Comer, actriz que poco a poco se consolida como una de las actrices más interesantes de su generación. Aquí, dando vida a Kathy, la muestra por un arco de cambios físicos y de pensamiento durante el relato, donde su prejuicio y miedo se convierte en atracción por el “chico rebelde” del grupo, Benny.