Papa Francisco: Hay fe en el humor

La vida tiene inevitablemente sus tristezas, que forman parte de todo camino de esperanza y de todo camino de conversión. Pero es importante evitar a toda costa dejarse llevar por la melancolía, no dejar que ésta amargue el corazón.

Son tentaciones de las que ni siquiera los clérigos están a salvo. Y a veces, por desgracia, nos encontramos con sacerdotes amargados y tristes, más autoritarios que autoritarios, más solterones que fieles a la Iglesia, más funcionarios que pastores, más arrogantes que alegres, y esto tampoco es bueno. Pero, en general, los sacerdotes solemos disfrutar del humor e incluso tenemos un buen repertorio de chistes e historias divertidas, que a menudo se nos dan bastante bien contar, además de ser objeto de ellos.

También los papas. Juan XXIII, conocido por su sentido del humor, dijo en uno de sus discursos: “A menudo me sucede por la noche que me pongo a pensar en una serie de problemas graves. Entonces tomo la decisión valiente y decidida de ir por la mañana a hablar con el Papa. Luego me despierto sudando… y recuerdo que el Papa soy yo”.

¡Qué bien lo entiendo! Y Juan Pablo II era muy parecido. En las sesiones preliminares de un cónclave, cuando todavía era el cardenal Wojtyla, un cardenal mayor y más severo fue a reprenderlo porque iba a esquiar, escalar montañas, andar en bicicleta y nadar. La historia es más o menos así: “No creo que esas sean actividades propias de su función”, le sugirió el cardenal. A lo que el futuro Papa respondió: “¿Pero sabe usted que en Polonia esas son actividades que practican al menos el 50 por ciento de los cardenales?”. En Polonia, en aquella época, sólo había dos cardenales.

La ironía es una medicina, no sólo para elevar y alegrar a los demás, sino también a nosotros mismos, porque la autoburla es un instrumento poderoso para vencer la tentación del narcisismo. Los narcisistas están continuamente mirándose al espejo, pintándose, mirándose, pero el mejor consejo frente a un espejo es reírnos de nosotros mismos. Es bueno para nosotros. Demostrará la verdad de ese viejo proverbio que dice que sólo hay dos tipos de personas perfectas: los muertos y los que aún no han nacido.

Los chistes sobre los jesuitas y contados por ellos son únicos, comparables quizá sólo a los que se hacen sobre los carabineros en Italia o sobre las madres judías en el humor yiddish.

En cuanto al peligro del narcisismo, que conviene evitar con dosis adecuadas de autoironía, recuerdo el del jesuita un tanto vanidoso que, a causa de un problema cardíaco, tuvo que ser tratado en un hospital. Antes de entrar en el quirófano, le pregunta a Dios: «Señor, ¿ha llegado mi hora?».