‘Motel destino’: Mucho sexo y poco amor

La primera secuencia de Motel Destino es lo contrario al lugar apartado y clandestino que evoca el título. En una toma abierta, luminosa, vemos a dos jóvenes corriendo felices por la playa. El mar como una fuerza que no puede ser domesticada, se convertirá en metáfora del deseo carnal que someterá a uno de ellos.

De frente al mar, Heraldo (Iago Xavier), de veintiún años, le confiesa a Jorge, el mayor, sus planes de irse a vivir a São Paulo para alejarse de la vida que llevan. Por una deuda contraída años antes, ambos están obligados a trabajar como sicarios de Bambina, una narcotraficante local.

Cuando la implacable Bambina se entera de los planes de Heraldo, le dice que antes se tiene que encargar de otro “trabajito”, y ya después ella verá si lo deja ir. El encargo es eliminar a “el francés”, un extranjero que le está robando su clientela. Como siempre está rodeado de matones, la mafiosa especifica que la misión tiene que ser realizada entre dos y por ello debe ir con Jorge.

La víspera del fatídico día, Heraldo conoce a una muchacha en una discoteca y se la lleva al motel de paso, “Destino”. La palabra “de paso” tiene una doble connotación en la película; además de sexo furtivo, el motel esta en una carretera a medio camino entre Ceará, pequeño poblado en la costa nororiental de Brasil, y la playa.

Es un punto de tensión entre lo urbano y lo silvestre, y también revela su carácter liminal. El Motel Destino es una especie de purgatorio; un paso entre el cielo y el infierno; entre la salvación o la condena.