
Estrenada en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia, Dante y Soledad es la ópera prima de la también actriz Alexandra de la Mora, quien decide adaptar el cuento El matrimonio de los peces rojos de Guadalupe Nettel, para crear una cinta que nos lleva a la crisis de un matrimonio tras el nacimiento de su primer hijo, hecho que cambia todos sus planes y su interacción. La cinta es protagonizada por Irene Azuela y José María Yazpik.
En Crónica Escenario tuvimos la oportunidad de charlar con su directora y actriz.
Alexandra, ¿cómo surge la inquietud de hablar de estos temas adaptando precisamente este cuento?
La primera inquietud que surge es la de las ganas de dirigir, de contar en un largometraje. La segunda, y creo que la fuerza más grande, es la inquietud de trabajar con Irene. Fue una alianza que genera el proyecto y que me inspira a querer hablar de temas complejos para lograr un personaje donde yo pudiera exponer el talento que yo veo en Irene. Y la otra es que nos acabábamos de convertir en madres. Y, en mi caso, no me parecía que hubiera ningún otro tema más importante y urgente de tocar
Irene, tenemos un personaje que habla de soledades compartidas, que se va transformando todo el tiempo. ¿Cómo fue abordar este personaje para ti y sobre todo poderlo llevar con esta gran carga emocional que tiene toda la película sobre sus hombros?
Habitando la incomodidad, habitando los momentos en los que parece que no sucede nada y confiando también en que la directora va a saber seleccionar esos momentos. No hay una cosa más deliciosa para un actor, o por lo menos en mi experiencia, que dejar correr una cámara sin límite de tiempo, sin tener una meta a la cual llegar, sin un diálogo con la cual terminar la escena.
Muy pocos directores se atreven a hacer eso y yo digo, ¿de cuánto se pierden los que no lo hacen? Porque los que se atreven a hacerlo descubren una cantidad de tesoros increíbles, pero para eso tiene que haber una disposición a que de repente no va a pasar absolutamente nada. Pero eso es lo que sucede cuando recibes un bebé y entonces empiezas a verlo y empiezas a reconocerte a través de él o ella y empiezas a hacerte preguntas del tipo, ¿y ahora quién soy yo a partir de este nuevo ser?
Y tienes muchas respuestas muy claras y otras que para nada son respuestas. Entonces en ese habitar el sin sentido, el sin vida, el sin acción, es en donde suceden pues grandes tesoros. Teníamos ganas de explorar eso en esta película y no había más que entrarle.
Escuchándote Alejandra, me acordé mucho de algo que dijo Jodie Foster en Morelia, que decía que ya como actriz sentía la cámara como un ser más en el set. ¿Tú cómo sientes la cámara en el set ahora ya jugando a ambos lados?
Como un aliado. Siento que la cámara es el punto de vista. Es muy interesante lo que sucede con la cámara desde el punto de vista de la dirección porque si tú pones la cámara de este lado, cuentas otra cosa totalmente distinta que si la pones de este lado. Entonces había constantemente que decidir qué punto de vista quería tener de lo que estábamos contando.
Y con la experiencia como actriz, sabiendo que al final, la cámara es la oportunidad de ser visto, de que lo que está sucediendo se vea, yo me acuerdo que era muy específica con ellos del cuadro, por ejemplo, era como, están muy cerrados, aquí está esto, olvídense de eso, pero tiene que haber una conciencia porque al final, por más que quieras que sea real y verdadero, estamos haciendo una película.
Yo me acuerdo que llegaba y le decía, por ejemplo, a Chema, quien gesticula mucho, tiene una cara muy expresiva, le decía, “estás muy, muy, muy cerrado” y entonces yo veía cómo él sutilmente modificaba lo que tenía que hacer. Y con Irene es muy interesante lo que pasa con la cámara con ella, porque cuando la estás viendo, sucede una cosa, pero cuando la ves a través de la cámara, es como si se potencializara, es como si su energía creciera.
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