
Cuando Alexa era adolescente experimentó meses sin menstruar. En un principio sintió alivio porque eso le ahorraba las molestias del ciclo menstrual: no necesitaba usar toallas ni soportar los cólicos abdominales. Sin embargo, ese alivio fue temporal.
Marlen, por su parte, descubrió que tenía anemia cuando intentó donar sangre. Empezó a tratarse con una nutrióloga, pero pronto su cuerpo comenzó a manifestar otros cambios, como una súbita pérdida de peso.
Noemy, en cambio, notó síntomas después de recibir la vacuna contra COVID-19: un aumento de peso repentino, caída del cabello, cansancio extremo y cólicos fuertes, lo que la llevó a consultar a una ginecóloga.
Lo que estas tres mujeres compartían eran síntomas del Síndrome de Ovario Poliquístico (SOP), un desequilibrio hormonal que afecta la vida de millones de mujeres en el mundo. Tras múltiples visitas a especialistas y diagnósticos tardíos, descubrieron que sus síntomas no solo estaban relacionados con la salud reproductiva, sino también con estereotipos de belleza que obstaculizan un diagnóstico adecuado y una atención médica integral.
El SOP, que según datos de la Secretaría de Salud afecta a alrededor del 22% de las mexicanas, incrementa el riesgo de infertilidad, sangrado disfuncional, cáncer endometrial, obesidad, diabetes tipo 2, entre otros problemas de salud graves. Entre sus síntomas más comunes están el acné, la aparición de vello y cambios físicos que suelen ser duramente juzgados en las mujeres por alejarse de los estándares de belleza impuestos por la sociedad.